Anti-Trump vs Pro-Trump
Últimamente todo el mundo ha estado hablando prácticamente de lo mismo. Son fechas en las que si tuviéramos que elegir una palabra seguramente esta empezaría por T, y antes de que acabe la propia palabra estoy convencido de que ya sabéis cual es. Y no, no es teología, no es tecnología, no es tributos, ni trabajo. Es Trump.
La verdad es que no voy a entrar en el típico debate, ya que de alguna forma es pues eso, típico. Prácticamente todo está dicho y lo que es más triste es que para tratarse de un debate ambas posturas tanto las Pro-Trump como las Anti-Trump no suelen ceder mucho terreno. Siempre hay excepciones claro está, y de hecho esperemos que las mentes abiertas y dialogantes se expandan cual espuma y algún día la excepción sea la intransigencia y la falta de interés en la sana discusión.
Sin embargo, sí que voy a entrar en un debate, aunque este puede ser menos típico. La verdad es que es un debate que transciende más allá del propio Trump, y que, como los anteriores ejemplos publicados en esta página, se pueden aplicar a muchos campos de la sociedad.
Entre ellos, por supuesto, la educación.
Como punto de partida podemos encontrarnos con las distintas manifestaciones y protestas que se están realizando en contra de la figura del recién nombrado presidente Donald Trump. Sin entrar a valorar si estas protestas están o no fundadas la gran pregunta del millón reside en sí de verdad desde un punto de vista que lo único que busca es una mejora en la sociedad estas protestas son útiles o no.
En estos tiempos modernos en que a pesar de todas las grandes imperfecciones existentes que nos quedan por corregir, en general podemos indicar que en el mundo occidental no nos encontramos con injusticias tan sumamente grandes como las de siglos pasados. En estos tiempos ¿es realmente eficiente protestar de forma activa en contra de resultados de procesos democratizados?
La pregunta puede ir más allá, ¿es realmente ético?
Donde está la línea que separa la heroica y romántica protesta de los meros disturbios. Todo esto porque los ideales de algunos chocan con los de Donald Trump. ¿Es mejor hacerse valer y hacerse oír cuando nos encontramos con que el representante del país más poderoso del mundo ha ganado unas elecciones con lo que en nuestra opinión pueda ser un discurso con tintes racistas?
¿O es mejor encogerse de hombros, confiar en la democracia y sus mecanismos y probar suerte de aquí a cuatro años con la esperanza de que ganen “los nuestros”?
Es un debate que puede parecer que solamente surge respecto de figuras tan polémicas como el millonario Donald Trump, pero no hace falta cruzar el charco para ver que la misma discusión ha surgido en el que es el segundo partido más votado del estado español.
Si alguno de los lectores es socialista entenderá el dilema, si por el contrario alguno de los lectores no lo es, trate de ponerse en perspectiva, será complicado, pero es un ejercicio sano que nos hace salir de nuestra zona de confort. Valía más la pena oponerse al contrario político a pesar de que desde la opinión de algunos se estaba paralizando el curso normal del país abocándolo a más elecciones o valía más la pena abstenerse a pesar de que para algunos esto suponía traicionar a tus votantes y vender la llave del poder al contrario político.
La verdad es que es un debate complejo y creo que debe ser respondido de forma casuística y tras mucho deliberar. Somos humanos y la respuesta que damos a este dilema depende de lógicamente si ganan o pierden los nuestros.
Si ganan los nuestros lo honrado y lo ético es respetar las reglas del juego y por tanto dejar que las elecciones sigan su curso natural, si Donald Trump ha ganado las elecciones déjenle gobernar tranquilo y sin armar tantísimos escándalos.
Si no ganan los nuestros lo lógico es protestar y mostrar nuestro desacuerdo ya que una vez más demos gracias a que vivimos en países donde la libertad de expresión y de prensa se respeta. Por tanto, si como votante demócrata algunos opinan que Donald Trump es una persona poco ética debido a sus numerosas bancarrotas, a sus comentarios desafortunados o a su inexperiencia política, no solo es mi derecho sino mi obligación protestar en contra de este individuo que abocara a la crisis a nuestro país y por ende al mundo entero.
No deja de ser complicado y debemos siempre intentar adoptar el punto de vista más céntrico, más calmado y decidir después de largas discusiones.
Es fundamental.
Como he anticipado al principio del artículo este debate se puede extrapolar fácilmente a otros ámbitos como por ejemplo el que nos ocupa, el de la educación. Más de una vez tanto profesores como alumnos han sufrido encontronazos unos con otros.
¿Qué es lo correcto?
¿Dar la razón a quien la tenga?
¿Al docente, debido a sus numerosos años de experiencia y sapiencia en el arte de la enseñanza?
Que debemos hacer en los momentos en los que creemos que tenemos la razón, pero negársela a otro individuo tal vez reporte más problemas que soluciones. La solución que propongo y que trato de adoptar en el día a día es relativamente sencilla, pero requiere de mucha fuerza de voluntad y de tratar de reducir el ego que es inherente a todos nosotros en mayor o menor medida.
La solución consiste en hablar, escuchar, dialogar, mantenernos firmes, pero abandonar las convicciones cuando nos demos cuenta de que quizás estuviéramos en lo incorrecto. En fin, las ideas, solamente ideas son y las palabras se las lleva el viento.
A fin de cuentas, hay cosas más importantes que ganar un argumento.
Tal vez deberíamos ser más dialogantes, menos combativos.
Y más humanos.